martes, 25 de julio de 2017

LA HORA MÁGICA DEL CAMPO


El bicho, en el tiempo que lleva viviendo en mi cabeza, ha mermado algunas de mis capacidades pero también me ha permitido descubrir pequeñas cosas que me hacen disfrutar, una de ellas es el “Silencio”.

El silencio puede ser molesto para algunas personas, para mi, antes era incómodo en determinadas ocasiones pero, ahora no. Lo que no soporto es el ruido que antes no me molestaba y que ahora me provoca dolor de cabeza; también el chillerío de los niños en la calle, la música alta en los locales de ocio, el volumen que alcanzan las conversaciones cuando participamos en ellas muchos interlocutores, etc.


Por eso ahora disfruto del silencio. Si estoy sola en casa no enciendo la tele hasta la hora de los informativos, la música o la radio suenan a poco más que un susurro y, cuando se dan las circunstancias apropiadas, hago un ejercicio con el silencio. 
Hoy por ejemplo. He subido a leer a la terraza de casa. Está en una zona poco transitada en el centro del pueblo y cómo a esa hora casi todo el mundo había hecho sus tareas en la calle, el silencio lo invadía todo. En un momento apoyé el libro sobre mis piernas y cerré los ojos. Tan solo unos segundos después y, escondidos en el silencio, reconocí el sonido del repartidor de cerveza descargando barriles a la puerta de un bar cercano; al panadero que con el habitual toque de la bocina de su furgoneta avisaba a los vecinos, varias calles más abajo, para que salieran de sus casas a recoger los encargos; María, la vecina de la casa de atrás, tarareaba una canción de Carlos Cano mientras, supongo, regaba las macetas de su patio y alguien practicaba con la trompeta en algún sitio que no he logrado identificar. De repente me he dado cuenta de que ya no se oyen los graznidos de los cientos de “pájaros avión” que inundan el cielo cada verano y es que los mayores van a tener razón cuando afirman que estas aves se marchan para el día de Santiago aunque no sepan decir adonde.


En ese momento he recordado una revelación que nos hicieron a un grupo de mujeres que nos alejamos de la ciudad para disfrutar del silencio durante la salida de la ultima luna llena. En un lugar cargado de restos históricos de la época de los íberos y donde los ecos de la más mínima civilización se perdía en el horizonte, una mujer experta y amante de ese territorio y del mundo rural nos descubrió cual era su momento preferido en el campo. Era el que llamó “la hora mágica del campo”. No son sesenta minutos exactamente, es tan solo un “rato” en el que el campo se queda sin sonidos. Sus moradores diurnos vuelven a sus guaridas, nidos, madrigueras …  y los que viven al cobijo de la oscuridad no han abandonado aún sus escondites. Entonces todas guardamos silencio de nuevo y observamos nuestro alrededor: las dos águilas que nos habían estado vigilando durante el atardecer ya no se divisaban en el aire, tampoco corrían cerca nuestra la multitud de conejos y/o liebres que nos habían visitado las horas previas incluso el aire que movía la hierba unos minutos antes había dejado de agitarla. Todo quedó inmóvil durante unos momentos (excepto los insectos, todo hay que decirlo).

Desde aquel día, cada tarde que tengo tiempo, intento apartarme unos kilómetros del ruido de la ciudad y volver a disfrutar de esa magia. Os invito a hacer lo mismo, creo que es la hora mejor invertida del día.



4 comentarios:

  1. Hace menos de un año, durante una etapa en la que, por circunstancias de la vida, no trabajaba, subía con frecuencia a lo alto de un pico cerca de lo que llaman "el Balcón de Alicante" y desde ahí, con Elvira (así se llama mi compañera) mirábamos al infinito durante largo tiempo en silencio. Frente a nuestros ojos, kilómetros de campo, la ciudad, el mar.
    Siempre comentábamos que allá abajo había gente trabajando, estrés, tráfico, y un montón de cosas que, por desgracia, se había convertido la vida, al menos la nuestra.
    En esos instantes todo se paraba. La vida puede ser otra cosa, pensábamos. Y soñábamos con mil y una ideas para construir nuestro futuro perfecto.
    El silencio tiene infinitas virtudes, entre tantas la de ser un gran consejero, sólo basta con aprender a escucharlo.
    Un abrazo, Inma, da gusto leerte.

    Mar Roig.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El mar no llegamos a verlo pero la sensación del silencio es la misma. Muchos besos. Me alegro de leerte

      Eliminar
  2. Inma, yo no lo la "hora mágica del campo", pero cuando puedo ir a Béjar y me siento delante de la cascada, en ese mágico momento en el que se para todo, llego a escuchar el silencio! !! Besos primor!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hace años que no voy a Béjar, si vienes pronto podemos ir

      Eliminar